Mientras la lluvia atiere mi espalda y mi cuerpo extraña tu calor, pienso: Si no podría ser yo quien comparta el lecho cálido al que nunca faltas, si no merezco incluso los días grises de ti y no sólo el sudor de noches frías. Son quejas, siempre quejas mías que acallas con un beso que me hipnotiza, si intento liberarme, me atas a tu cuerpo con tus brazos y me calmas con tu voz, mientras imantas esa sucia cama con promesas, que tú no crees pero yo sí, creo...
Ya no recuerdo con claridad cómo se produjo el
vórtice que me trajo hasta aquí, de pie, con los dientes
castañeando, esperando que puedas huir un momento; mendigando tiempo y rezando para
cometer una vez más ese adorable pecado.
¡Dicen que no te amo! Si por ti he renunciado a mi ser, mi dignidad y mis valores. Mi cuna perdió frente a tu cama en una pelea que se decidió cuando nos vimos. Este amor secreto, mudo, sordo, invisible, que sólo existe en los recovecos de un hotel, es de esas clandestinidades apasionantes, cuyo atractivo es que en cualquier momento, sin aviso alguno, puede acabar destruyendo todo con la fuerza implacable del amor que contiene.
Quizá sucumbamos alguna vez en uno de eso vientos huracanados que creamos al amarnos, o tal vez la lava nos calcine un día o no podamos regresar de un beso a tomar aire de nuevo, quizá esta lluvia y este frío apaguen mi corazón antes que lo incendies de nuevo, o tu adiós y tu olvido me dejen sin alma en un cuerpo vivo… pero no, hoy no, ya vienes.
Me encadenaste a ti cuando me
dijiste “quiero estar contigo en todas las formas posibles”. Estoy contigo en el frío, el
calor, la luna y el sol en su zénit, con hambre, sed o sueño; en todas las horas del día nos
hemos poseído y toda estación hemos vencido. Pero una simple promesa no has
librado: “dejaré a quien no amo”.
Entre tanto aquí te espero, entre lluvia y el frío, la risa y el llanto, el
amor y el deseo, la vida y la muerte y entre la miel y el veneno.
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